No suelo tomar Coca-Cola. No es que sea partidaria de su competencia, la dulzona Pepsi, pero pocas veces pido una y sólo lo hago cuando me aseguro de que sea de lata. Creo que siempre recordaré al camarero que me contrapreguntó: «mucha gente me lo pregunta, pero ¿qué diferencia hay?».
Quizá él no la vea, pero creo firmemente que hay una diferencia entre lata o botellín, y mucho más con el brebaje que dan en los cines. Para mí es una cuestión de sabor, de gas… el tamaño no importa.
Imagino que habrán hecho algún tipo de test para llevarme la contraria porque en Coca-Cola creen que sí importa y han sacado al mercado (¿o sólo en bares y restaurantes?) una nueva botella de 350 con el slogan «la Coca-Cola que dura toda la comida» o similar.
Así que no sólo se han propuesto estilizar las habituales latas de 330, ahora aumentan el clásico botellín de 200. Y ya se dieron cuenta de que las neveras españolas no estaban pensadas para sus botellas de 2L… Está claro que Coca-Cola sí se preocupa por el tamaño.
Aunque, en honor a la verdad, Coca-Cola se preocupa también por quitar (o poner) ingredientes a su receta: cafeína, azúcar, limón, incluso el gas. Por algo es Coca-Cola, por preocuparse de todo.
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