Hace un par de días que leí que un abuelete de 87 era el protagonista de la nueva campaña de Coca-Cola. Automáticamente pensé «ya estamos con la nueva costumbre de romper los esquemas habituales de los modelos». Pero después de haberlo visto, me corrijo y pienso «ya estamos con la eterna búsqueda de la felicidad».
En el spot este atleta recorre un estadio hablando de su abuelo y de su bisnieto, de si «dicen que este refresco sirve para limpiar los engranajes» y de que quizá por eso él esté así de bien, mientras hace gimnasia. Un toque de humor para quitar hierro a los rumores que siempre corren sobre la marca (¿quizá por eso él también esté tan delgado?).
También habla de lo que (seguro) no hace Coca-Cola por el ser humano: «no alarga la vida». Pero aunque no es un elixir de la eterna juventud, este spot asegura que sí que ayuda a conseguir la felicidad. ¿Será por el gas o es que realmente hay un «ingrediente secreto»?
En fin, uno de los objetivos de la publicidad es hacernos ver que no podemos estar sin un determinado producto. Nos motivan a comprarlo para saciar alguna de nuestras necesidades en base a la pirámide de Maslow. En otras palabras, tenerlo nos haría felices.
Si comes sano (con calcio, soja o lo que toque en estos momentos), si tienes un lugar para ti (de alquiler o con una hipoteca a 50 años), si te llevas bien con la familia, amigos y pareja (añadiría si eres capaz de compaginar los tres y estar online), si tienes un buen trabajo (o un blog tipo EPI)… puedes ser feliz.
Pero si haces caso a la Sr. Rushmore, te falta algo para ser muy, muy feliz. No, no es un coche ni un apartamento en playa… ¡es beber Coca-Cola!
¿Hay algo realmente imprescindible para ser feliz?
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