Esta tarde se ha estrenado «Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal» y ahí estaba yo dispuesta para disfrutar de la cuarta película del profesor más aventurero del cine. Pero la ilusión se ha ido cambiando por decepción a medida que avanzaba la historia.
Te aconsejo que no leas más si aún no la has visto porque esta crítica desvela partes importantes del argumento.
Empezando por el principio, la película está plagada de bichos: la montaña Paramount tranformándose en madriguera (más tarde saldrá una familia entera de esos animales, se llamen como se llamen), hormigas que arrastran a un hombre a su hormiguero (ahora tengo ganas de ver «Cuando ruge la marabunta») y monos atacando a los malos (patético el momento ‘soy Tarzán’ del joven protagonista).
Si algo tienen de bueno los actores de cierta edad haciendo continuaciones de películas de cuando eran más jóvenes, es que saben reirse de sí mismos. Por ejemplo, el lifting que se hace Harrison Ford en ese tren a reacción no se consigue ni con los mejores bisturís. Además, hay contantes piques con la edad del ‘anciano’ Dr. Jones que no quiere compartir su sombrero ni con las hormigas ni con su hijo.
Sí, hay un Henry Jones III: el joven Mutt que se preocupa más de su peinado y su moto que de los estudios para disgusto de su madre Marion y, después de saber que es su hijo, de su padre el profesor de la pajarita que esta vez no encandila a las jovencitas pero es capaz de dar consejos de lectura en una biblioteca después de rodar por todo el suelo con una moto o cuando está a punto de morir en arenas movedizas.
Un tema siempre interesante en películas de héroes, es la presentación de personajes. Idiana aparece siempre de manera espectacular pero no tanto por una escena de acción a lo James Bond sino por mostrarnos primero su silueta, su sombra, su sombrero… su cara es lo último que vemos. Por otro lado, su hijo aparece entre el vapor del tren como si fuese el espíritu de Marlon Brando, con causa pero en lugar de gorrito lleva un peine siempre cerca (si hace falta lo moja en refresco) como un Danny Zuko cualquiera. Y su amor de juventud aparece de una tienda de campaña (lugar que ya conoce de sobras).
Marion no tiene apenas protagonismo, se hunde en arenas movedizas, conduce un coche, conduce otro mientras enseña a su hijo dónde poner el pie en un combate de esgrima, desaparece un buen rato y vuelve a aparecer conduciendo, despeña el coche y… me atrevo a decir que no vuelve a pronunciar palabra hasta la boda final. Una chica florero pero que está cuando se la necesita.
Y es que Indiana, como todo héroe, siempre se rodea de quien le ayudan y a quien ayuda. El cuarto personaje ‘bueno’, quizá para variar un poco esta premisa, es en realidad malo y solo les acompaña para traicionarles y para que el protagonista pueda golpearle cuanto quiera y hasta romperle la nariz. El final de Mac me recuerda al del ambicioso Beni de «La Momia».
El quinto personaje, Ox, no se puede decir que esté muy lúcido durante toda la película pero lo poco que dice cuerdo es una gran verdad. Al final, con el beso de la novia, su frase «el tiempo que se pierde esperando» me hace pensar en el que hemos perdido nosotros los fans esperando esta parte. Para los que no se sepan de memoria los gestos de Indiana y sus gracietas, supongo que esta película les habrá parecido aceptable. Quizá incluso con poca acción y justillos efectos.
Para los nostálgicos simplemente nos quedan pequeños guiñitos, como una foto de su padre y de su amigo el profesor Marcus Brody, la estatua del cual pierde literalmente la cabeza por ayudar a su amigo. Podemos ver también una esquinita del arca en una caja rota donde cuidadosamente fue dejada en la película anterior. Incluso dos generaciones de Jones en una persecución en una moto.
De nuevo en la trama, las anteriores películas tenían el toque histórico, religioso, místico o como quieras llamarlo que enganchaba. Aquí también buscan una tumba y divinidades, hacen falta conocimientos de lenguas muertas y han de averiguar mecanismos de civilizaciones antiguas pero el resultado no es digno de Indiana Jones sino de «Stargate», donde también hay una puerta interestelar aunque aquí en lugar de egipcios se usa el referente maya.
Como en toda película de aventuras que se precie, la acción tiene lugar en varios lugares del mundo. Empieza en lo que se supone es el Área 51 (interesante presentación del esbirro atándose los zapatos), está a punto de coger un tren pero finalmente, con el clásico avión sobre el mapa, viaja a Sur América. Nada menos que a Nazca para disfrute de los amantes de lo extraterrestre.
Acabo como he empezado, con los animales porque al final la tierra se traga literalmente todo el templo, igual que las hormigas al soldado y los bichillos del desierto. La escena me ha recordado el Oasis de Ahm Shere, nuevamente, de «La Momia 2». Aunque que aparezca un enorme OVNI desprecia cualquier intento de recuperar el espíritu de Indiana Jones.