Televisión
Hay capítulos que se hacen cortos y otros largos, aunque duren los habituales 40-45 minutos. De los ‘cortos’ no digo nada porque acaban siendo pequeñas joyas. Pero de los ‘largos’ empiezo a cansarme. Cada guionista tiene sus trucos para alargar la trama y cubrir el tiempo mínimo del capítulo. La sensación desde el otro lado del sofá es que el guión no avanza, no engancha. Un ejemplo clarísimo son los finales de escena: después de un intercambio de miradas que en el guión deben describir como ‘pensando’, ‘dudando’ o hasta ‘dando pena’, ponen varios planos recurso de la ciudad en la que tiene lugar la serie. Con tanta transición y miradas me sobra tiempo para pensar si merece la pena seguir viendo la serie.
Internet
Siguiendo un poco la línea tratada la semana pasada, hoy este apartado trata de las marcas que hacían girar la economía de la WWW hace 20 años comparadas con las de hoy en día. Con la manzanita hemos topado pero también con la venta online y las redes sociales, claro. Ver que el último del top15 actual es superior a la suma de todo el top15 de 1995 da para reflexionar hasta qué punto la tecnología se ha metido en nuestros mercados. También podría pensarse en los motivos por los que algunos han desaparecido de la lista o la ubicación de estas empresas. Y es que, sin un contexto claro, es difícil que estos datos tengan todo el sentido que merecen. Una tabla aislada no es suficiente.
Cine
Sueños, deseos y emociones van de la mano en el cine. Y los sentimientos son una pieza más dentro del engranaje de esa fábrica. Todas las películas incluyen de forma más o menos evidente uno de esos ingredientes. La ‘imagen’ que publican en Blog de Cine trata de eso precisamente: cómo todas las películas de Pixar girar alrededor de los sentimientos hasta llegar a la última que se pregunta qué pasaría si los sentimientos tuviesen sentimientos. ¿Metasentimientos? ¿Por qué no? Todo es posible en el género de la animación (y en la ficción en general), ahí está la magia. No es como cuando veíamos «Érase una vez el cuerpo humano» y así comprendimos mejor cómo funcionamos por dentro: explicar los sentimientos no es una ciencia, es un arte (en este caso, cinematográfico).
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Hace unos días leí en La criatura creativa sobre una proyecciones en la mesa para entretener a los comensales mientras esperan la comida. Y justo ayer en «MasterChef» aparece el restaurante más caro del mundo que, no solo utiliza la mesa, llena las paredes y el techo de imágenes para una experiencia culinaria. La palabra clave aquí es ‘experiencia’ y, ésta en concreto, tiene ese punto futurista que tanto gusta. ¿Y la parte publicitaria? Puede existir, hasta cierto punto. No digo poner en esa mesa, por ejemplo, un bote de alguna marca. ¡Eso sería vulgar! Pienso en las posibilidades narrativas a explotar en una mesa llena de ingredientes y marcas interactuando con los comensales.